En torno a los 22 días de gestación en el
embrión
empiezan a hacerse evidentes unos pequeños surcos que poco a poco darán
lugar a la estructura ocular. Son dos concavidades muy separadas que se
van aproximando muy rápidamente.
El desarrollo de los párpados es independiente del de los ojos: a la octava semana,
los párpados han crecido tanto que se han sellado, recubriendo los
ojos, y a través de ellos solo se aprecia un pigmento negro: las
retinas. El feto aún no ve, pero se sabe que sus ojos se mueven cuando
duerme o cambia de posición.
Al sexto mes de embarazo, sus párpados empiezan a separarse y
al séptimo ya los abre por completo, ya que en este momento el globo
ocular ya tiene su estructura definitiva. En el octavo mes es sensible a la luz,
lo que significa que sus pupilas se contraen o dilatan dependiendo de
la intensidad lumínica, y también abre los ojos cuando está despierto y
los cierra cuando está dormido (la mayor parte del tiempo).
Hacia el cuarto mes de gestación
sus ojos muestran cierta sensibilidad a la luz. Puede apreciar si un
fuerte estímulo luminoso (el sol, por ejemplo) atraviesa la pared
uterina y el líquido amniótico y reacciona cambiando de posición para
protegerse de la luz cuando le molesta. Entre las semanas 30ª y 34ª sus
pupilas ya se contraen y se dilatan, y distingue de dónde procede la
luz (por ejemplo, si el ecografista pone un foco junto a la tripa de la
madre y lo cambia de posición). Hacia el final del embarazo, la pared
abdominal de la madre se ha estirado tanto que penetra algo de luz y se
difunde en el
líquido amniótico. El futuro bebé la percibe como el resplandor rojizo que vemos a través de la mano cuando la ponemos bajo una luz artificial.
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